He llegado aquí de muy lejos, sí. De tierras de fuego y desiertos helados, donde la pasión quema la piel de corazones congelados.
Y la obediencia es virtud de hombre, y de mujeres: el fuego.
He sido grande, y también pequeño.
He venido hoy, a confesarles algo: estoy muerto.
Muerto de penas que cargo por dentro; me duele tanto, dios mío, el pecho.
Será su ausencia? No, no lo creo.
Seré yo? Tampoco. Si estoy aquí, estoy entero.
Será el tiempo…? Sofía querida, hace tanto te anhelo, y no te veo.
Las lluvias de mayo… me traen sus recuerdos.
Recuerdos que vienen y van, que no dejan rastro,
pero su aroma, ese sí dura largo rato.
Cariño, cariño… si vieras por dónde en venido.
Cariño, si supieras que te cargaba en mi mente todo el camino.
No te vayas, cariño. No sabría como seguir si no estás conmigo.
Sea fuera, o en mí, te cargo dentro como el cáncer que carcome la piel, que crece y me va matando.
No te vayas, te lo suplico. No me dejes caer en este revoltijo apenado.
Que sé quién he sido, y lo que he hecho.
Que conozco mis pecados.
Que conozco mis ansías, como conozco tus caricias y tus llantos.
Estoy aquí ahora, te lo digo de nuevo, estoy muerto.
Muerto de risas que compartimos, de locuras que vivimos, de esos sinsentidos; que no tiene explicación fuera del momento.
Que vivimos tú, y yo. Que tuvimos por tan poco tiempo.
¿Por qué, Sofía mía, por qué estás tan lejos?
Que todavía podemos, que he venido de tan lejos, con este dolor en el pecho, a decirte que estoy aquí, de nuevo, entero. Casi como nuevo. Un hombre completo. Obediente a tu fuego.
Que brota de ti hirviendo el torrente de mis lágrimas, evaporando mis tristeza por los cielos, a espera que caiga de nuevo, como lluvia en nuestros rostros, cada día más ajenos a quienes éramos.
Sofía, recuerda. Recuerda esto que tenemos.
No dejes que se lo lleve el viento, que mis brazos no pueden detenerlo.
que aquí donde me ves, si puedes hacerlo, te lo ruego. He sido muy grande, pero también tan pequeño.
He visto las estrellas, he visto los caminos que llevan a ellas y sin tu luz no me atrevo a navegarlos.
Entonces, ¿dónde quedo?
¿aquí?
Con mil ojos mirándome, pero no los tuyos, no, ninguno como esas piedras de ambar oscuro.
Como seremos de curiosos los humanos, que nos preocupa recuperar el cuerpo de nuestros caídos.
Pues he aquí, que alguien venga por el mío.