A orillas de la calle tendían la mesa
cerca de la medianoche estaba puesta
ya sentados frente a platos vacíos
a un lado de pipas con piedra.
Para el banquete que tarde llegaba, bajo el destello de la luna de plata
recogían telas
guirnaldas y
cestas
Se reunían los amigos, como hermanos, de vuelta a casa.
Y al otro lado una joven dama, que en su vientre un niño, o niña, cargaba
escoltada por un adicto al ámbar
al cuarzo, al cobre y a los jóvenes muslos de su amada.
Que sus manos, su espalda acariciaba, y quien sabe cuánta mentira al oído echaba
sobre el ayer y el mañana.
Las aceras llenas estaban de hogares sin paredes, techos o camas
pero rebosantes de vida, que de a poco, lentamente se apaga.
Al final las cosas que no dicen en los discursos
ni se discuten en las declaraciones ni en las actas
es que el precio que pagamos los nacidos viene con los intereses de tiranos, que toman por impuesto,
la sangre de nuestros hermanos.