¿Quién esconde las mordazas de la reina,
que clama e implora fundan su nombre,
ser a la deriva del renombre,
encontrar su amor ayunado
sobre la pendiente del río?
Que enfrasco su bravura alta,
y ha de teñir la máscara de plata,
máscara que tú ahora traes,
cargada en óxido con olor a malta.
Rata ruin de placeres bochornosos
de antiguos mercados,
que no pasan de antaño
ni apestan a plomo.
Seamos santos, señores,
no vivas de halago,
que toque madera no evita
que entre el diablo.
Vendiendo oro por plátano
y racimos por ramos.
Pero no, mi vida,
no existe más que en papel.
Siempre te miente el llanto.
Madre, no te veo desde hace tanto.
No creo que el cariño quede en vano.
Siempre me levanto.
No creo en santos.
Creo en hombres con valores
que no vivieron mucho tiempo.
Y si lo hicieron, no fue en vano.
Ser niño no se va nunca.
La vergüenza y la pereza
siempre duran demasiado,
pero nunca es demasiado tarde,
aunque no veas,
aunque no escuches,
aunque no sientas,
siempre hay una vida.
Esta, ojalá, sea la mía.